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24 de julio de 2009

Ben Lee



Puede que su nombre no te suene, de hecho a mi tampoco me sonaba de nada hasta que casualmente lo descubrí en youtube y me conquistó. De su música podría decirse que es como un soplo de aire fresco. Sus canciones son de esas que desprenden buen rollo, que te reconcilian con el mundo y te dibujan una sonrisa de satisfacción. Ben Lee es optimismo.
Este australiano de treinta años lleva más de la mitad de su vida dedicado al mundo de la música. Su primera incursión en este mundillo la realizó a la edad de 14 años con la banda “Noise Addict”, pero se centró en su carrera en solitario cuando la banda se separó. A los 16 años grabó su primer álbum, a los que le siguieron seis más.
“The Rebirth Of Venus" es el número siete, y está dedicado a todas las diosas del mundo y a las mujeres en general.





20 de julio de 2009

Fallece Frank McCourt



Hoy me despertaba con la triste noticia del fallecimiento del escritor Frank McCourt a los 78 años. McCourt estaba siendo tratado de un cáncer de piel pero su estado de salud se había complicado en las últimas semanas al contraer una meningitis que finalmente ha acabado con su vida. Una vida marcada por una difícil infancia y por la literatura.
“Las cenizas de Ángela” fue su mayor y tardío éxito -tenía más de sesenta años cuando lo publicó- alcanzando fama mundial al ganar el premio Pulitzer en 1997. Le siguieron “Lo es”, “El profesor” y “Ángela y el niño Jesús” todas ellas obras igualmente autobiográficas.
McCourt había dedicado gran parte de su vida a la enseñanza de los menos favorecidos.
Frank McCourt ha sido el escritor con el que más he disfrutado en los últimos tiempos; “Las cenizas de Ángela” es, sin lugar a dudas, uno de mis libros favoritos; he sentido mucho su muerte.

Descanse en paz.

13 de julio de 2009


SALA
DE
LECTURA





* El lector
(Bernhard Schlink)










Michael Berg tiene quince años. Un día, regresando a casa del colegio, empieza a encontrarse mal y una mujer acude en su ayuda. La mujer se llama Hanna y tiene treinta y seis años. Unas semanas después, el muchacho, agradecido, le lleva a su casa un ramo de flores. Éste será el principio de una relación erótica en la que, antes de amarse, ella siempre le pide a Michael que le lea en voz alta fragmentos de Schiller, Goethe, Tolstói, Dickens... El ritual se repite durante varios meses, hasta que un día Hanna desaparece sin dejar rastro. Siete años después, Michael, estudiante de Derecho, acude al juicio contra cinco mujeres acusadas de criminales de guerra nazis y de ser las responsables de la muerte de varias personas en el campo de concentración del que eran guardianas. Una de las acusadas es Hanna. Y Michael se debate entre los gratos recuerdos y la sed de justicia, trata de comprender qué llevó a Hanna a cometer esas atrocidades, trata de descubrir quién es en realidad la mujer a la que amó... Bernhard Schlink ha escrito una deslumbrante novela sobre el amor, el horror y la piedad; sobre las heridas abiertas de la historia; sobre una generación de alemanes perseguida por un pasado que no vivieron directamente, pero cuyas sombras se ciernen sobre ellos.


Hace muchas semanas que lo terminé y tenía pendiente hacer un pequeño comentario. Con la perspectiva del tiempo, mi impresión sobre “El lector” es que se trata de un libro interesante y muy fácil de leer. Pero también tengo que decir que, en esta ocasión, su versión cinematográfica me gustó bastante más, y principalmente se debe a Kate Winslet.
Volviendo al libro, creo que una de sus bazas es su fluidez y brevedad, destacando su estilo directo y coloquial. Está dividido en tres partes muy diferenciadas. En la primera parte se narra el encuentro entre Michael y Hanna y su relación, que para Hanna es algo así como una vía escape a su rutina y para Michael de iniciación al sexo. Otro punto a favor de “El lector” es como Bernhard Schlink traza a sus personajes. Esta primera parte me gustó especialmente por su atmósfera.
La segunda parte, quizás más “descuidada” que la primera, sobresale por las dudas morales de Michael y por las reflexiones sobre el grado de culpabilidad de los alemanes en el holocausto y el conflicto generacional de postguerra. Todo ello se desencadena cuando algunos años después vuelven a encontrarse, él como estudiante de derecho y ella como procesada por crímenes nazis. Aquí la historia gana intensidad, y sin embargo hay algo que descoloca, que chirría, no llegué a comprender del todo la actitud de Hanna. No me convenció que su motivación estuviera influenciada por su “secreto”, y mucho menos que para ocultar eso tan vergonzoso a sus ojos fuera preferible hacerse guardiana de un campo de concentración nazi, con todo lo que eso conllevaba. Hanna, como personaje, me creó muchas dudas; es un personaje distante, muy frío, con el que es difícil sentir empatía. Las dudas de Michael, que conoce su secreto y puede ayudarla aunque no lo hace y no porque no quiera, son lo mejor de esta segunda parte.
En la tercera parte Michael retoma su relación con Hanna mediante cartas con cintas grabadas de aquellos libros que él le leía, las cuales envía a la cárcel donde ella cumple condena; una condena que es un acto de redención para ella. Lo mejor de esta tercera parte, el “sacrificio” de Hanna.
En general me ha gustado, pero no me ha cautivado. Terminé su lectura con una mezcla de sensaciones muy contradictorias, pero no con satisfacción plena. Aún así, considero que “El lector” es un libro que hay que leer.


9 de julio de 2009



Capadocia (en turco: Kapadokya; gr. Καππαδοκία) es una región histórica de Anatolia central, en Turquía, que abarca partes de las provincias de Kayseri, Aksaray, Niğde y Nevşehir.


Capadocia se caracteriza por tener una formación geológica única en el mundo, y por su patrimonio histórico y cultural. En el año 1985, fue incluida por la Unesco en la lista del Patrimonio de la Humanidad, con una zona protegida de 9.576 ha.


Desde hace miles de años y hasta la actualidad, ha habido diversos asentamientos humanos en la región. Algunas civilizaciones antiguas florecieron aquí, como la hitita, y otras procedieron de civilizaciones europeas o de otras regiones de Asia Menor, y todas ellas han dejado su huella cultural en Capadocia.



Las características geológicas del lugar han dado pie a que sus paisajes se describan a menudo como "paisajes lunares". La tierra del lugar, llamada toba calcárea, ha adquirido formas caprichosas tras millones de años de erosión, y es lo suficientemente débil para permitir que el ser humano construya sus moradas escarbando en la roca, en vez de erigir edificios. De esta forma, los paisajes lunares están llenos de cavernas, naturales y artificiales, muchas de las cuales continúan habitadas.



La situación geográfica de Capadocia la hizo encrucijada de rutas comerciales durante siglos, y también objeto de continuas invasiones. Los habitantes de la región construyeron refugios subterráneos (ejemplos que pueden ser visitados son las ciudades de Kaymaklı y Derinkuyu), donde ciudades enteras podían refugiarse en el subsuelo, y subsistir durante muchos meses sin arriesgarse al exterior.


Estas ciudades subterráneas estaban construidas de varios niveles (la ciudad de Kaymaklı tiene nueve subterráneos, aunque solamente cuatro están abiertos al turismo, y el resto están reservados para investigación arqueológica y antropológica), y estaban equipadas con respiraderos, caballerizas, panaderías, pozos de agua, y lo necesario para albergar poblaciones que podían llegar hasta 20.000 habitantes.


Cuando estas ciudades subterráneas fueron usadas durante el cristianismo bizantino, algunas cámaras fueron adaptadas como templos y decoradas con frescos en las paredes.



8 de julio de 2009

Perro Viejo

Lo reconocí nada más verle. Había cambiado desde la última vez que nos vimos, pero bajo las marcadas arrugas se apreciaba aquel halo autoritario que tanto había temido en otro tiempo. Él no me reconoció, ni siquiera cuando me acerqué a ayudarle con las bolsas que había dejado caer al suelo. Sus manos temblaban como hojas.

—Espere, le ayudaré.

No levantó la vista y me sentí nervioso, y en cierta forma defraudado porque él no reconoció el tono de mi voz. Claro que debía haber cambiado mucho. La última vez que nos vimos yo tenía catorce años y él cuarenta y uno. Ahora, veinte años después, mi voz debía sonar muy diferente.

—Gracias— dijo mirándome esquivamente.

Yo no podía dejar de mirarle y se debía a que su presencia ya no me asustaba. Debió notar en mi actitud algo extraño porque se volvió para mirarme muy fijamente.

El estómago me dio un vuelco como cuando era niño y sentía su mirada sobre mí. Pero había algo extraño en él, como si los años le hubieran arrebatado algo vital. Parecía mucho mayor de lo que era.
Tampoco me reconoció cuando me miró a los ojos y entonces no supe si me sentí aliviado o enfadado.
Se dirigió cargado con las bolsas al paso de peatón y tuvo que pararse casi al momento para recuperar el aliento. Después, haciendo un esfuerzo considerable volvió a emprender el paso bamboleándose como una goleta azotada por una tempestad. Una de las bolsas se rompió y todo el contenido cayó al suelo. Me acerqué a ayudarle.

—Ya no hacen las cosas como antes —dijo con su voz ronca y vibrante—; estas bolsas parecen de papel.
— Cada vez son menos resistentes.
—Traiga— dijo arrebatándome de las manos unas latas de refresco— hay que repartir bien el peso para que no vuelva a romperse
Evaluó la carga tanteándola en la mano y su muñeca, huesuda y delgada, se dobló en un ángulo extraño.
— ¿Dónde vive? Si quiere puedo acercarle en mi coche— dije sin pensar.
—No, no está lejos, no se moleste, es bajando la calle.

Le sujeté las bolsas mientras él se incorporaba. Se apoyó un instante en mi brazo. Su contacto me puso en tensión como tantas veces en el pasado pero al mismo tiempo me confortó percibir su debilidad. Las manos firmes que tanto daño me habían hecho no conservaban nada del vigor de antaño. Le sentí enfermo y muy debilitado. Me pregunté si había sido el destino quien por fin le había hecho pagar sus abusos por medio de aquella debilidad.

—No me importa acompañarle, si no es molestia.
—Bueno— dudó, decidiendo si podía fiarse de mí—, como quiera— concedió casi al instante, esperando que el semáforo cambiara a verde.

Él trataba de parecer indiferente y casi lo estaba consiguiendo. No hice el esfuerzo de darle conversación, simplemente me paré a su lado y miré el semáforo como si pudiera traspasarlo con la mirada, tratando de evitar los recuerdos que se agolparon en mi cabeza. Evoqué la furia de la última vez que nos habíamos visto cuando cansado de los golpes había huido de casa. Sin quererlo aquellos sentimientos revivieron. De pronto me sentí rabioso, rabioso por mi infancia perdida, por todo el daño que aquel hombre me había hecho. Pero cuando le miré de reojo todo aquello se vino abajo. No podía odiarle, ni tan siquiera tenerle lástima, era una sombra de lo que había sido y no significaba nada para mí. Había soñado muchas veces con aquello. Había fantaseado con la idea de volver a encontrarlo para devolverle lo que me había hecho, pero en ese momento nada de aquello tenía sentido. No deseaba vengarme, la vida ya lo había hecho por mí, y me sentí reconfortado.

El semáforo cambió y le tendí una de las bolsas, la menos pesada, para continuar la marcha. En ese momento mi muñeca derecha quedó al descubierto y él pudo ver la cicatriz zigzagueante y pálida que me recorría el antebrazo. Noté como su rostro, cetrino y chupado, perdía el poco color que aún conservaba y como sus pupilas se dilataban. Me había reconocido, precisamente, gracias aquella cicatriz que había sido obra suya. Se quedó paralizado un instante, y sujetando la bolsa avanzó por el paso de peatones disimulando la sorpresa. Le seguí con el corazón en un puño. Debía estar preguntándose por qué hacía aquello después de todo. Lo mismo que me preguntaba yo.

Se volvió para indicarme la dirección, y para asegurarse de paso de cuales eran mis intenciones y si podía estar seguro dándome la espalda. Me examinó con ojos escrutadores, repasando con atención mi rostro y la envergadura de mis espaldas. Supongo que debió de sentirse muy impresionado por mi cambio físico, aunque lo que a él le preocupaba de verdad era saber si aún le odiaba y si ese odio podía ponerle en una situación comprometida. Apartó la vista, intimidado, y eso me supo a triunfo. Si hubiese querido hubiera podido aplastarle la espalda con una mano, partir aquellas finas muñecas o hundir su nariz de un puñetazo. Hubiera podido devolverle uno a uno los golpes que tenía grabados en el alma pero no quería. Aquel ser me era indiferente, o casi indiferente. Aún sentía algo por él, la misma lástima que se puede sentir por un perro viejo, o puede que aquello que sentía sólo fuese curiosidad; simplemente curiosidad por saber cómo había seguido viviendo después del infierno que nos había hecho pasar, por saber cómo era posible que siguiera respirando un ser como aquel.

Caminé a su lado en silencio, observando la hilera de casas viejas que constituían su barrio. Un barrio marginal y silencioso, muy sombrío y poco acogedor que parecía estar arrinconado entre edificaciones de reciente construcción. Se paró en un portal sin puerta. Observé, mudo, el estado del edificio. La pintura de la fachada se descascarillaba por la humedad y toda clase de basura se acumulaba en los rincones, pero él no se sintió avergonzado. Me ofrecí a subirle las bolsas pero él se negó.

Tenía en la garganta algunas preguntas que no quisieron salir y que tampoco me forcé a hacer. De todas formas aquello nunca había sido nuestro fuerte.
Me despedí y él empezó a subir las escaleras con mucha dificultad. Cada peldaño era un esfuerzo enorme que sus rodillas soportaban a duras penas. Todo su ser crujía como si fuera a desarmarse de un momento a otro; jadeaba, pero había una resolución en él que me sorprendió. Quería lucirse ante mí, darme a entender que no estaba tan acabado, pero era evidente que sus esfuerzos eran inútiles. Aquella demostración le estaba dejando extenuado.

Entonces el asa de la bolsa volvió a romperse, e incapaz de sortear el contenido que cayó en sus pies, se precipitó hacia delante. Pensé que se rompía como un jarrón lanzado contra el pavimento, pero aquel endeble cuerpo apenas sonó cuando cayó sobre el escalón. Corrí escaleras arriba, instintivamente, y él se volvió azorado, humillado, con los ojos rojos como una furia. Le daba rabia verme allí, que hubiera sido testigo de aquello. Maldijo, y aferrando sus manos consumidas a la barandilla se levantó sin mi ayuda.

— ¿Por qué has venido?—me gritó— ¿Qué quieres…que te pida perdón, que te diga que me arrepiento? ¿Eso te gustaría, verdad?

Me miró fijamente.
— ¿Qué es lo que quieres? ¿Una disculpa? Te preguntas por qué lo hice todas las noches, ¿no? Lloras cuando lo recuerdas, aún te duele.

Sonrió.

—Esa es mi satisfacción, saber que nunca lo superaras. No mereces olvidar el dolor que te hice., lo merecías. Tú y tu madre, ¡todos! Os odiaba. Me destrozasteis la vida.
Había tocado los resortes para hacerme saltar. Había pensado que aquel viejo carcamal podía arrepentirse algún día, pero seguía siendo el mismo monstruo que yo recordaba. Ni la vejez ni la enfermedad lo habían ablandado.

Había tocado donde más dolía. Pero él ya no me afectaba. Los años me habían curtido.
Le miré a los ojos y él me sostuvo la mirada hasta que finalmente desvió la vista.
Sonreí, alejándome de allí.

Imagen: Nacho Puerto

7 de julio de 2009

Kate Walsh


Poco se sabe de esta joven cantautora británica a pesar de los dos discos que tiene en el mercado: Clocktower lanzado en el 2003 y Tim´s House del 2007. No fue hasta el lanzamiento de este último disco cuando le llegó el reconocimiento, desbancando en las listas de canciones más descargadas de iTunes a cantantes como Take That o Elton John, y alcanzando el número uno en EEUU y Gran Bretaña entre otros.
Aun así y a pesar de haberse convertido en toda una revelación, Kate Walsh se resiste a ser absorbida por el mercado multinacional, rechazando invitaciones para grandes convenciones de cazatalentos. Sus actuaciones, intimistas y con cierto aire bohemio, suelen estar alejadas de los tumultos de gente.
Kate Walsh muestra un estilo folk y melódico, influenciado por cantantes como Claude Debussy, Pink Floyd, Talk Talk o The Velvet Undreground. Su próximo disco, previsto para la primavera/verano de este 2009, recogerá algunas canciones de su pasado Tour y algunas versiones de grupos como The Smiths.



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